viernes, 8 de agosto de 2008

Día tras día.

Día tras día pasaba delante de él inmersa en mis pensamientos sin reparar en su presencia. Una vez habría jurado sentir unos ojos clavados en mí, pero supuse que sólo serían unos más. Cuando después de tener esa misma sensación varias veces decidí girar la vista, le encontré. Esos ojos, aquellos ojos llenos de alegría y de cielo me hicieron pararme en seco.
Él llenaba la calle de simpatía y me llenaba a mí siempre que me miraba y sonreía. De vez en cuando me saludaba con una sonrisa maravillosa, el resto no, porque yo agachaba la cabeza.
No me di cuenta de lo que sentía por él hasta el último momento.
Entonces sabiendo que me quedaban sólo unos minutos para verle una última vez, corrí hacia él, pero él ya me estaba esperando.
Estuvimos no sé si minutos, horas o días hablando, sólo sé que pocas veces había sido tan feliz con la mera compañía de una persona.
Cuando por fin su boca se acercaba a mí, sólo pude devolverle el gesto. Pero entonces me separé de él, le dije adiós, y no supe, no sé y sé que no volveré a saber nada de él.
No recuerdo aún muy bien por qué lo hice, pero lo que nunca olvidaré será su aroma, su suave cabello de oro y su profunda mirada como el mar.
Aunque aún tengo una cosa que
decirle:
Thank you, R.

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